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La línea teórica y la política correcta en Wallerstein

marzo 23, 2009

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 Rafael Sandoval Álvarez

Emanuel Wallerstein, el amigo aliado de los zapatistas y guía teórico para muchos compañeros en el terreno de cómo pensar al capitalismo, ha escrito algo que seguramente no tardara mucho en rolarse y distribuirse, desde las ong´s y espacios académicos y periodísticos afines a la estrategia de los gobiernos progresistas y la lucha por la toma gradual del poder. Me refiero a «Enseñanzas de Brasil» publicado en el diario La Jornada, este domingo 15 de marzo del 2009.

La posición política tomada por Wallerstein resulta consecuente, a mi parecer, con su modo de teorizar la realidad a través del paradigma de la repetición cíclica y el progreso gradualista que, cada vez, en cada ciclo, se acerca más al fin del capitalismo. Sostengo lo anterior reconociendo que su teorización no es burda, ni tampoco desconozco que siempre da la opción de pensar sobre la disyuntiva posible, la bifurcación que deviene en los puntos críticos en la intersección de los ciclos.

En lo que interesa hacer hincapié es en el modelo de pensamiento, la racionalidad teórico-epistémica que Wallerstein utiliza, pues resulta importante para el debate político y epistémico, sobre todo porque de la reflexión teórico-política del amigo Wallerstein se desprenden posiciones y actitudes respecto de las resistencias y luchas, y estas a su vez se traducen en comportamientos políticos ante los desafíos que se toman en la vida cotidiana.

La posición del amigo Wallerstein[1] a la que me refiero la quiero dividir en varios apartados, la primera es la que constituye su razonamiento teórico desde el cual desprende luego la posición propiamente política, el dice[2]:

«Me parece que estamos ante dos ocasiones que requieren dos planes para la izquierda mundial, y en particular para la izquierda estadounidense. La primera ocasión es el corto plazo. El mundo se encuentra en una profunda depresión, que únicamente habrá de empeorar, por lo menos en el próximo o en los próximos dos años. El corto plazo inmediato es lo que le concierne a la mayoría de la gente que enfrenta el desempleo, un ingreso seriamente disminuido y en muchos casos el no contar con un lugar donde vivir. Si los movimientos de izquierda no cuentan con un plan para este corto plazo, no pueden conectarse en ningún modo significativo con la mayoría de la gente.

La segunda ocasión es la crisis estructural del capitalismo como sistema-mundo, que encara, en mi opinión, su defunción cierta en los próximos 20 o 40 años. Éste es el mediano plazo. Si la izquierda no cuenta con un plan para este mediano plazo, lo que reemplace al capitalismo como sistema-mundo será algo peor, probablemente mucho peor que el terrible sistema en el que hemos vivido durante los cinco siglos previos.

Las dos ocasiones requieren tácticas diferentes, pero combinadas. ¿Cuál es nuestra situación en el corto plazo? Estados Unidos ha elegido a un presidente centrista, cuyas inclinaciones se hallan algo a la izquierda del centro. La izquierda, o la mayor parte de ella, voto por él por dos razones. La alternativa era peor -de hecho, mucho peor. Así que votamos por el mal menor. La segunda razón es que pensábamos que la elección de Obama le abriría espacio a los movimientos sociales de izquierda.

El problema que enfrenta la izquierda no es nuevo. Tales situaciones son la cuota estándar. Roosevelt en 1933, Attlee en 1945, Mitterrand en 1981, Mandela en 1994, Lula en 2002, fueron todos los Obamas de su tiempo y lugar. Y la lista podría expandirse al infinito. ¿Qué hace la izquierda cuando estas figuras decepcionan, como casi todas lo hacen, ya que todas son centristas, aunque sean de centroizquierda?

La posición teórica de Wallerstein se sustenta en una racionalidad teórico-política propia de la realpolitik y el desprendimiento de una posición política pragmática, que de su reflexión surge y la presenta así:

«Desde mi punto de vista la única actitud sensata es aquella asumida por el enorme, poderoso y militante Movimiento de los Sin Tierra (MST) en Brasil. El MST respaldó a Lula en 2002, y pese a que no cumplió lo que había prometido, respaldaron su reelección en 2006. Lo hicieron con pleno conocimiento de las limitaciones de su gobierno porque la alternativa era, claramente, peor. Sin embargo, lo que también hicieron, fue mantener una presión constante sobre el gobierno –reuniéndose con él, denunciándolo públicamente cuando lo merecía y organizándose en el terreno contra sus fallas.

La posición de Wallerstein no se queda en recomendación para otros, la asume consecuentemente en su país, sólo que de manera lamentable pues admitiendo que no tiene la fuerza de un movimiento como el de MST de todos modos voto por el mal menor y supongo que está en disposición para reunirse con el gobierno por el cual voto y denunciarlo cuando lo merezca:

El MST sería un buen modelo para la izquierda estadunidense si tuviéramos algo comparable en términos de un movimiento social fuerte. No lo tenemos, pero eso no debería frenarnos de intentar confeccionar uno a partir de varios retazos, del mejor modo que podamos, como lo hace el MST -y presionar a Obama abierta, pública y duramente todo el tiempo, y por supuesto alabarlo cuando hace lo correcto. Lo que queremos de Obama no es la transformación social. Él tampoco quiere eso, ni está en posibilidad de ofrecernos eso. De él queremos medidas que minimicen el dolor y el sufrimiento de la mayoría de las personas, ahora. Eso sí lo puede hacer, y es ahí donde ejercer presión sobre él hace una diferencia.

He aquí el núcleo central del plan a corto plazo que ofrece una perla para debatir sobre aquello de la autonomía y la auto-emancipación, como principios guía en la forma de hacer política. Más aún, la sugerencia no tan velada del eterno sometimiento a los de arriba en una especie de patriarcado-paternalismo respecto de un gobierno del que depende que se minimicen nuestros sufrimientos.

Valga una observación al margen. Me parece que el MST brasileño que refiere Wallerstein no es todo el MST, sino una de sus corrientes políticas, como luego decimos, aquella que como tantas otras ha optado en América Latina por la estrategia de la toma del poder y asumirse como burócrata del Estado capitalista. Pero esta discusión está suficientemente dada por el momento (ver la ponencia de Zibechi, entre otras, que presento en el festival de la Digna rabia).

En lo que respecta al plan de mediano plazo, Wallerstein no es menos liberal en la perspectiva que nos ofrece como horizonte de futuro, lo digo no tanto por que me parezca lamentable su determinismo histórico relativista del cual desprende la obvia bifurcación que siempre resulta en el desarrollo del sistema económico, sino porque lo relevante es la posición política y la estrategia que sugiere para el tiempo mediato e inmediato. Por supuesto no es ingenuo para pensar que la posibilidad de que el horizonte de futuro, si bien es indeterminado, depende de lo que hagamos y para ser más preciso de la forma de hacer política en este caso; y es precisamente sobre la forma de hacer política que llamo la atención sobre lo que Wallerstein propone. Me queda claro que habrá quien pretenda justificarlo, aludiendo a que sus argumentos son de naturaleza economicista y en su artículo se puede citar un párrafo al respecto:

Dado que el sistema se ha apartado mucho de su equilibrio, se volvió caótico. Vemos alocadas fluctuaciones en todos los indicadores económicos usuales -los precios de las mercancías, el valor relativo de las divisas, los niveles impositivos reales, la cantidad de artículos producidos y comerciados. Debido a que nadie sabe dónde cambiarán estos indicadores, prácticamente de día a día, nada se puede planear con sensatez.

En tal situación, nadie está seguro de qué medidas serán mejores, no importa cuál sea su política. Esta confusión intelectual práctica se presta a que exista una demagogia desatada de todas clases. El sistema se está bifurcando, lo que significa que en 20 o 40 años habrá algún nuevo sistema, que creará orden a partir del caos, pero no sabremos qué sistema será éste.

 

Sin embargo, no creo que Wallerstein se restrinja a un análisis económico. Aquí lo relevante es la posición y la estrategia que plantea, además lo argumenta de manera contundente «no hay mal menor aquí. Es uno o es otro», veamos:

¿Qué podemos hacer? Primero que nada, debemos estar claros de qué batalla se trata. Es una batalla entre el espíritu de Davos (en pos de un nuevo sistema que no es capitalismo pero que sin embargo es jerárquico, explotador y polarizante) y el espíritu de Porto Alegre (un nuevo sistema relativamente democrático y relativamente igualitario). No hay mal menor aquí. Es uno o el otro.

¿Qué nos queda hacer? Promover una claridad intelectual acerca de la opción fundamental. Luego organizarnos en miles de niveles y miles de modos para impulsar las cosas en la dirección correcta. El punto primordial es impulsar una desmercantilización de todo lo que podamos desmercantilizar. Lo segundo es experimentar con todos los tipos de nuevas estructuras que hagan más sentido en términos de justicia global y sanidad ecológica. Y la tercera cosa que debemos hacer es alentar un optimismo sobrio. Estamos muy lejos de tener la certeza de una victoria. Pero es posible.

Así que, resumiendo, trabajar en el corto plazo en minimizar el dolor, y en el mediano plazo en garantizar que emerja un nuevo sistema que sea mejor, no peor. Pero esto último tiene que hacerse sin triunfalismo y sabiendo que la lucha será tremendamente difícil.

Con esta advertencia llena de «autoridad teórica y moral» va estar difícil debatir. Ya imagino cómo va a traducirse esta cuestión de «impulsar las cosas en la dirección correcta» en sus epígonos. Menudo problema tendrán cuando, al mismo tiempo, quieran ajustar sus posiciones al zapatismo «radical», que pretende inventarse un imaginario social instituyente otro diferente al de la línea correcta del «mal menor».

Supongo que mientras nos cae del cielo una disyuntiva anticapitalista, habrá suficientes racionalizaciones que le permitan a los antisistemicos Wallersteinianos ajustarse a la línea correcta de los ciclos, la bifurcación respecto del mal menor, cuestiones que me llevan cada vez a pensar en la racionalidad teórica liberal del continuismo progresista que se niega a reconocer que el problema está en las instituciones liberales y las formas de hacer política que justifican votar y apoyar (y criticar cuando sea necesario) a los gobiernos progresistas. Esta perspectiva epistémico, ética-política, en cuya naturaleza está negar al sujeto, tanto a la pluralidad de sujetos de la dominación como a la pluralidad de sujetos anticapitalistas, resulta de la desesperanza y del sentimiento de culpa inconsciente por la terrorífica situación de guerra que estamos viviendo toda la humanidad.

Lo que no es admisible es que ante dicha desesperanza se promueva la línea correcta del mal menor, es decir, pues lo sujetos que nos negamos a votar hoy, en nuestro corto y mediano plazo, consideramos que las formas de hacer política que en el aquí y ahora configuran un horizonte de futuro que, negándose a votar por el mal menor, a costa incluso de sufrir la incertidumbre que trae consigo la situación de crisis actual, mira la emancipación y la autonomía desde la cotidianidad de nuestro hacer.

Esta no es una cuestión menor, ya que se trata de algo más profundo en nuestra subjetividad emergente, que tiene en la cultura política y en lo reprimido del inconsciente cultural condicionantes para la forma de pensar y hacer política. En ese sentido es explicable que grandes teóricos y humanistas como Wallerstein y Pablo González Casanova, se vallan por la línea de lo que su conocimiento de las ciencias sociales les da, esa que sigue desconociendo el factor subjetivo que implica la realidad psíquica del sujeto, y que tiene en la producción social del inconsciente colectivo un condicionante fundamental en las formas de hacer política.

Finalmente un comentario ya que me atreví a meter en el debate a González Casanova. Si seguimos en la lógica de creer que la crisis se debe sólo a las políticas de los de arriba, que la definición de las políticas públicas, sociales y económicas, que establecen los de arriba, en síntesis, que las formas de dominación no tienen que ver con la resistencia de los de abajo, entonces seguiremos engañándonos con ideas como las que expone a continuación González Casanova:

«Hoy, tenemos algo inédito: un Presidente de origen afro en EE.UU. Siento que está rodeado por fuerzas que van a hacer muy difícil que logre los objetivos que se propone, aunque de todos modos pienso que hay ciertos elementos que podrían al menos atenuar la política que estuvo llevando esa nación a la locura».

Esto del autoengaño lo digo sólo en función de la creencia de que hay posibilidades de que desde el Estado capitalista se puede atenuar la política de explotación neoliberal, cuando ha quedado evidenciado en la experiencia histórica que los sujetos del capital son lo suficientemente inteligentes para modificar sus estrategias cuando sienten que la lucha de clases pone en peligro su existencia, aunque nunca al grado de dejar de acumular capital, sino sólo disminuir el ritmo de dicha acumulación.

Lo anterior no obsta para reivindicar a González Casanova cuando en el mismo artículo que citamos antes plantea, refiriéndose a la polémica «entre los neoliberales que quieren conservar su fundamentalismo antiestatal y los keynesianos que quieren implantar en EE.UU. políticas parecidas a las keynesianas», que persiste en algunos aspectos la contaminación de la racionalidad teórica y política del capital sobre muchos académicos e intelectuales que toman posición con los de abajo y que yo agrego que dicha contaminación alcanza a muchos intelectuales de izquierda, veamos:

Muchos de ellos se engañan por la presión que existe sobre la vida científica y cultural, porque es obvio que hay un conocimiento prohibido. Lucha de clases es una frase que hoy es para muchos prohibida. Hay autoengaños sobre lo que pasa en el mundo, sobre lo que será, sobre las causas que lo determinarán, sobre las medidas a tomar, los efectos directos e indirectos… Hay la imposibilidad de que dentro de un sistema dominado por el afán de lucro y la acumulación de capitales, donde han aumentado las desigualdades hasta un grado sin precedentes, se resuelvan los problemas de la civilización, del progreso y del desarrollo. El problema más serio de todos es que cuando el presidente Obama dice que va a mejorar las cosas, habla de la clase media, de los EE.UU… pero no puede hablar de los pobres de la Tierra, de los condenados, que son la inmensa mayoría de la humanidad, sobre los cuales pesa la amenaza no solo de seguir siendo pobres, sino de ser desechables y eliminables.

Si no se ha desatado una guerra internacional, sí parece existir lo que algunos llaman «la Cuarta Guerra Mundial contra los pobres de la Tierra»: la forma en que los despojan de sus alimentos, de sus pocos bienes, son cosas a las que estamos asistiendo como espectadores. La obligación de cualquier hombre -no solo de izquierda, socialista o comunista- es decirse o preguntarse si esto es la verdad y si realmente tiene ganas de estudiarla, para saber si es posible el desarrollo de la humanidad mientras el capitalismo subsista (Pablo González Casanova en www.rebelión.org 15/3/09)

Guadalajara, Jalisco. México.

15 de Marzo del 2009


[1] Emanuel Wallerstein «Enseñanzas de Brasil» en La Jornada 15/3/09

[2] Los subrayados en negritas y las vérsales son mías.

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